Eph Legge

información básica

■ Nombres: Efrain Dimitri ■ Apellidos: Legge Campbell ■ Edad: 21 años ■ Fecha de Nacimiento: 4 de enero ■ Nacionalidad: Inglesa ■ Sexualidad: Hombre ■ Orientación Sexual: Heterosexual ■ Grupo: Estudiante ■ Empleo: -

apariencia física

Cabello:______

Oscuro, corto y muy maleable. Se lo puede peinar de una forma simple o optar por un look más extravagante.

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Ojos:________

Color azul pálido muy característico. Tamaño mediano

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Piel:____-_____

Tez clara, el tono moreno es extraño en su piel.

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Complexión Física:________

Es delgado y aparenta tener una complexión débil, pero tiene un cuerpo atlético y en buena condición física.

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Altura:_______

Bastante alto. Mide 1'88 m

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Otras Características:_

No suele vestir siguiendo un determinado estilo, éste va cambiando por épocas. Unas veces puede vestir siguiendo una estética más punk, y otras con un look más casual. Tiene varios tatuajes adornando su cuerpo.

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personalidad

Gustos:___

Siente debilidad por las fiestas y el descontrol; el alcohol, las drogas y el sexo definen su vida. Es un adicto al tabaco. Su considerable afinidad con las drogas le ha causado muchos problemas. Es un aficionado al skate desde pequeño, aunque cada vez más va dejando esta habilidad olvidada.

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Disgustos:_

Adecuarse a un horario, las férreas normas y la disciplina estricta. Además de las personas demasiado débiles, de lágrima fácil o de carácter empalagoso. No las soporta, se niega a creer que existan y defiende la teoría de que adoptan premeditadamente esa falsa personalidad. Además, aborrece las personas demasiado educadas, estrictas y estiradas.

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Miedos & Fobias:______

Sentirse menospreciado o poco válido para algo. Tiene terror a fallar. Y, en el fondo, también siente cierto respeto hacia sus padres.

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Otros:____

Fuma a todas horas, es un adicto a la nicotina.

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Hobbies:____

El skate y la batería. Ambas son habilidades que practica desde que era pequeño.

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DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA

Es pura rabia materializada en una violencia incontrolable. Oscuridad. Está vacío por dentro, y repele los sentimientos como si se trataran de un cárcel que le fuera a corroer la piel. No le gusta sentir apego por nada ni nadie.
Es un egolatra que siempre tratará de situarse en un plano superior al tuyo.

Tiene un espíritu rebelde, incontrolable. No le gustan las normas, ni los horarios, ni nada que coarte su autoimpuesta libertad. Le importa una mierda todo. Se guía por su propia voluntad y todo lo demás lo deja en un segundo plano. Siente predilección por los excesos, por las alocadas fiestas y por el abuso de drogas.
Su carácter independentista hace que las amistades no proliferen junto a él, es muy selectivo en cuanto a sus relaciones. Pero a los pocos que considera sus amigos los defendería a muerte, aunque nunca lo admitiría abiertamente. Disfruta participando en el juego del amor, concepto que pocas veces equipara a un sentimiento profundo, sino más bien a un entretenimiento más. Y es un completo experto en él.

Es manipulador y controlador, un verdadero maestro en el arte del engaño cuando quiere conseguir algo que le beneficie. Pero son pocas las veces que su lado hipócrita sale a la luz, en la mayoría de las ocasiones suele ser directo y franco, no se anda con rodeos y si se ve en la necesidad de decirte algo, lo hará.

Increiblemente irascible e intratable cuando se encuentra de mal humor. Castiga a todo aquel que se encuentre a su lado con palabras crueles y que pueden llegar a ser hirientes. Pocas veces se arrepiente de lo que dice. La palabra perdón ha sido borrada de su vocabulario y pronunciarla le supone un esfuerzo demasiado grande como para que los resultados sean factibles. Haría falta derrumbar todas las barreras construidas a base de orgullo y su miedo a la vulnerabilidad.
Sumamente impulsivo e impaciente, no le gusta perder el tiempo con algo innecesario. La palabras decoro o timidez no existen en su vocabulario. Es un desvergonzado sin ninguna clase de complejo.

No tiene grandes aspiraciones. Su ley de vida se basa en actuar pensando solo en el momento presente y en sus propias necesidades. Y, de momento, le funciona.

Insensible, Irascible, Intratable, Imposible, impulsivo... y todas las im- que quieras añadir. Así es Eph, y si le dirigieses esa tanda de adjetivos, los acogería con un encogimiento de hombros y una sonrisa orgullosa, como si le hubieras dirigido el mayor de los cumplidos.

información de vida

Padres:

William Legge: Padre de Eph. Vive, básicamente, a base de rentas, del extenso patrimonio que posee y la cantidad de tierras que tiene en su poder. De mentalidad desfasada con respecto al tiempo contemporáneo. Parece venir de una época anterior, con su recta actitud y sus cuidadas apariencias. Es sumamente estricto e intransigente. De cara a la sociedad, Eph y él tienen una relación perfecta; la realidad, sin embargo, es bien distinta. Charlenne Legge: Madre de Eph . Ha sido criada con el único fin de encontrar un hombre respetable con el que casarse. Está subordinada a la voluntad de su marido. No piensa ni habla por voz propia, todos sus actos responden a decisiones externas. Persona simple, sin aspiraciones y fácil de contentar. Eph nunca ha soportado ni aceptado el fácil sometimiento de su madre hacia su padre. Tiene una opinión bastante peyorativa de ella, la concibe como una persona ignorante. No la odia, sin embargo, pero son frecuentes las recriminaciones por parte de él.

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Hermanos:

No tiene

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HISTORIA

Antes de comenzar con la biografía pormenorizada de Eph, es necesario contextualizar. Establecer el ambiente y aproximarnos, así, poco a poco, a la esencia misma sobre la cual se desarrolla la vida de Eph.

Caserona edificada en el siglo XIX situada en el condado de Devon, Inglaterra. Altos ventanales. Puertas pesadas. Amplios jardines. Miles de habitaciones ostentosamente decoradas. Se respira un aire rancio, estancado. Las paredes parecen hablar por sí solas, contar viejas historias sobre condes y ancestrales batallas. Diversos invitados siempre correteando por los pasillos. Servicio que corre ajetreado de un lado a otro. Y, a pesar de la agitación siempre predominante, impera un silencio mortuorio. Silencio causado por palabras nunca dichas. Allí se crío Eph.

Hombre mayor, de renombre y respetado apellido. Larga tradición familiar que cuenta con antepasados condes. Fortuna considerable. Se casa con una mujer joven, de nombre igualmente respetable. Bonita y graciosa. Boda esplendorosa. Expectativas de una gran progenie que continúe llevando el apellido familiar. Esos fueron los padres de Eph.

Primeras dificultades. A Mr. Legge se le detectan problemas de fertilidad. Es asistido por los mejores médicos. Ninguna solución. Intratable. Inesperado embarazo de Ms Legge. Todos lo aclaman como un milagro. Pero ambos saben que no es ningún milagro, sino fruto de una infidelidad. Discusiones, peleas. Y, sin embargo, de cara a la sociedad se presentan como una pareja bienaventurada que espera su primer hijo. Fuertes tensiones escondidas bajo hipócrita felicidad. Nace el niño y Mr Legge lo admite como su hijo. No le queda otro remedio, alguien debe continuar luciendo el apellido Legge. Aversión mal disimulada, desprecio oculto y omisión premeditada. En esas circunstancias nació Eph.

Cuando nació Eph, todas las expectativas de futuro se depositaron sobre él. Pues, a pesar de todo, era el único heredero de los Legge, el que en un futuro tendría que dar ejemplo, ilustrar el apellido a base de cultivada disciplina y arcaicos modales. Por ello, se esperaba de él un alto nivel de perfección.
Así desde muy pequeño se le inculcó una estricta disciplina. Creció con normas que coartaban su libre rebeldía infantil, y se le enseñó etiqueta. Pero, por encima de todo, aprendió, a fuerza de continuas repeticiones, la superioridad de su familia, su magnificencia y su preponderancia.

Pero esa intransigente educación no logró el fruto esperado. A los ojos de sus padres, Eph era un niño torpe, molesto, que estaba continuamente cometiendo fallos. Sus maestros le castigaban, le amonestaban, en ocasiones, a base de palos. Todos a su alrededor parecían decididos a comunicarle que no valía nada, que no era más que un error. No aprendía, no rectificaba y parecía proceder siempre al revés de lo esperado. No era más que una temible decepción.

Eph creció casi asimilando su inferioridad, su falta de capacidades y aptitudes, cayendo en la apática resignación de un fuerte sentimiento de culpabilidad. Quería encontrar remedio, pero no podía. Era un niño sumiso, de pocas palabras, obediente, al fin y al cabo. Pero nada era suficiente. Su perspicacia natural y su aguda inteligencia se eclipsaban inevitablemente. En la mente de todos predominaban los prejuicios de que Eph era torpe e inepto. Prejuicios tan arraigados que eran difíciles de borrar.

Pero algo cambio de súbito en la actitud de Eph. ¿El motivo? Quizás, simplemente, había llegado hasta el límite. Empezó a nacer en él un fuerte sentimiento de rebelión acerca de todo lo que trataban de inculcarle por la fuerza a base de estricta educación. Quería, de pronto, tomar el rumbo de su propia vida. Había renunciado a ser perfecto, tal y como se esperaba de él, dando dicha meta como imposible.
El obediente joven taciturno había pasado a ser un joven de comentarios punzantes y sarcásticos, que cuestionaba todo y no acataba lo que se le decía con tanta facilidad. Empezó a faltar a las clases, sustituyó sus elegantes trajes de miles de libras por chandals viejos y vaqueros rotos y adoptó un look alternativo. Sin el permiso de sus padres, se tatuó la piel, se hizo algunos pearcings y tintó su pelo de rubio platino. Obviamente, las broncas fueron monumentales, los castigos severísimos y el trato hacia él comenzó a ser, si cabe, más despectivo. Pero a Eph había dejado de importarle todo ésto.

Frecuentó bandas callejeras. Día sí y día también acudía a interminables fiestas, en las que acababa hasta arriba de alcohol y de drogas. Protagonizaba múltiples escándalos. Se convirtió en una persona violenta, descontrolada.
Así pasó toda su adolescencia, sin que sus padres supieran como tratarle o que hacer con él. Contra su voluntad, le mandaron a la universidad, con la esperanza de que el ambiente universitario consiguiera amoldar su explosivo carácter.
Por supuesto, no lo ha conseguido.