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Mensaje por Helena Petrova Lemacks Lun Nov 07, 2011 2:08 pm

Aquel día apestaba.

El cielo estaba nublado, a veces, pequeñas gotitas de lluvia caían sobre sus gafas de sol y el pelo de Helena se erizaba con la humedad de Oxford. Odiaba la humedad, odiaba aquel lugar, se había vuelto a olvidar de tomarse la pastilla de hierro que le había empezado a medicar su homeópata y había visto un documental sobre viajes en el tiempo que la había deprimido sobre el Apocalipsis o algo así.

Así que decidió salir de su caverna llamada apartamento a por un buen libro, un buen libro como lo era El Necronomicón. Ella quería probar a morirse aquel mismo día tan deprimente así que…era el mejor libro para poder leer.

Un gran abrigo tapaba su cuerpo, y antes de entrar en la biblioteca se fumó un cigarro rápidamente, tenía frío.

Ya de por sí haber entrado en aquel lugar era terrorífico, en la biblioteca se respiraba un ambiente caluroso y agradable, muy, muy agradable, todos eran felices entre sus cerebros y sus respectivos libros. Vivían aventuras espaciales y otros se dedicaban al arte del saber, ella iba ahí a morirse.

Fue a recepción para buscar el dichoso libro, había un chico en una silla de ruedas. ¿Desde cuando ponían a los lisiados en las bibliotecas? En cualquier caso, los ojos de aquel chico eran bonitos, y en cuanto se posaron en Helena, ella, desvió la mirada avergonzada sintiendo como podía verle la cara tras sus gafas, se fue a una esquina a abrir el primer libro que encontrase. Uno de la sección infantil. Le daba MUCHA, MUCHÍSIMA vergüenza preguntar por su libro, iba a hablar con la voz bajita y tímida, lo odiaba. Además odiaba que se la quedaran mirando personas desconocidas y aquel hombre sin conexión con sus piernas era un desconocido.

Así que, después de un rato de estar de aquí por allá en la biblioteca sin saber que hacer o como disimular, se animó a acercarse de nuevo en recepción y quedarse parada para esperar para que el susodicho la atendiera como exigía su contrato como funcionario público.
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Mensaje por Finlay Logan Lun Nov 07, 2011 2:57 pm

A Finlay no le gustaba que lo colocaran en recepción. El espacio entre el mostrador y la pared, llena de archivadores, era mínimo, y tenían que irle apartando sillas y cacharros varios para que pudiera avanzar hasta su puesto. Una vez allí, más por pereza y pocas ganas de pedir ayuda, se pasaba todo el turno abandonado en ese rincón.

Era triste y Finlay no podía evitar sentirse más mueble que humano, aunque siempre dejaba estar el tema pensando en cosas bonitas y mirando qué libros tomaba prestados la gente en el ordenador.
Había personas que tenían a su nombre series y series de libros románticos de esos que sólo se encuentran en los quioscos. Una vez, Finlay leyó uno realmente grueso sobre una mujer que se iba a Escocia por alguna razón, trabajaba en un hotel y se enamoraba de un hombre que había estado viviendo en Hong Kong y volvía a sus raíces británicas. No recordaba la trama exactamente y no sabía cómo, pero llegó hasta el final.
Después encontraba los típicos que sacaban el libro que estuviera de moda, la última novela llevada al cine. Mirar el expediente de esa gente era aburrido, así que Finlay se los saltaba.
Por suerte, también había un último grupo que le caía realmente bien: personas irreverentes que sacaban cosas que, directamente, dejaban listas raras de títulos. El Gran Gatsby, un estudio sobre la poesía de Keats, cuentos de Poe, y las profecías de Nostradamus. Lo último que había sacado un chico desgarbado que nunca había visto por allí. Sólo recordaba que su carnet no era de esa biblioteca, o algo por el estilo. En todo caso, el tipo se estaba llevando un libro que Finlay encontró entretenido, aunque deprimente, y bueno, Poe siempre había sido un favorito. El muchacho parecía demasiado serio para Nostradamus, así que Finlay le concedió el beneficio de la duda y quiso pensar que lo cogía para reírse a solas en su habitación. Eso sí, lo de Keats le pegaba bastante.

Ésos eran los tres tipos de personaje que solía encontrarse a diario, y con una mirada los solía saber identificar. Así que cuando la encogida mujer entró a la enorme sala, trató de encasillarla. Él diría que era como el chico de Fitzgerald, Poe, Keats y Nostradamus, y que sacaría algún clásico al que acompañar con los títulos más chocantes posibles. ¿Cumbres borrascosas, un libro antiguo de repostería y Los Mitos de Cthulhu, quizás?

Se la quedó mirando hasta que se dio cuenta de que, bueno, ella se había dado cuenta, valga la redundancia. Eso había sido incómodo. Despistó un rato, pero no pudo evitar fijarse en que se encaminaba hacia la sección infantil. No le reprocharía nada si iba a sacar algún libro de Una Serie de Catastróficas Desdichas, aunque quizás la había juzgado mal y en realidad iba a releerse Harry Potter por lo de las películas. Miró hacia otro lado y se apoyó en el mostrador cuando ella volvió a girarse. En cuanto vio que se acercaba, adoptó una pose más profesional. Era bonita de una manera lo suficiente apagada como para no poderse fijar de lejos, y a Finlay le daría mucha pena que le pidiera algún título común.

- ¿Sí? -Finlay era incapaz de formar frases como "¿En qué puedo ayudarle?" o "¿Qué necesita?". De igual manera, no podía sonreír ampliamente a quien le pedía algo. Le parecía muy ridículo y falso, y no entendía cómo a la gente que atendía al público le salía bien. Así que respondía con monosílabos y una sonrisa escueta y humilde. Se encontraba de lo más tonto cuando le pasaba eso con chicas aparentes.
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Mensaje por Helena Petrova Lemacks Lun Nov 07, 2011 3:14 pm

Aquel “sí” resonó en todo su cerebro, era catastrófico. Si, si, si, si, si. Helena no sabía cómo reaccionar o qué decir, su profesora de parvulario apareció en su cabeza, mirándola desde arriba con el ceño fruncido y manteniendo fuertemente una regla entre sus manos, la iba golpeando contra su palma derecha mientras le explicaba los comportamientos que tenía que adoptar ante el mundo. Demasiado escueta para una maestra de parvulario pero así era su profesora, tan, tan escueta que a Helena se le había grabado esa imagen de por vida y aparecía repentinamente en situaciones semejantes a aquella.

Miraba directamente a un juguete que decoraba la estantería, era un muñeco de nieve. Adorablemente horrible. Helena carraspeó y mientras mantenía su mirada puesta en aquel pedazo de plástico comenzó a articular sus palabras – Uuuh….ve-vengo a por un libro..e-es…. –Su corazón latía deprisa, mucho, debajo de su pecho. Estaba nerviosa, le temblaban las manos, odiaba aquellas situaciones y a los desconocidos. Le hubiera gustado ser una chica más guapa y más extrovertida pero no lo era- Necronomicón –Dijo finalmente. Suspiró. La jugada había sido limpia y no estaba tan nerviosa como antes. Ahora todo dependía de aquel lisiado tan amablemente sonriente que la estaba atendiendo.

Pobre chico, ¿cómo sería tener una vida sin las piernas? Y eso que ella se quejaba bastante de su vida y ahora se compadecía de la de aquel joven. ¿Cuánto años tenía? ¿Desde hace cuanto que iba en silla de ruedas? ¿Tenía novia? ¿Y su familia? ¿Cómo hacía para vestirse? ¿Tendría mucho dinero y una enfermera las 24 h del día? ¿Estudiaba? A lo mejor quería dedicarse a algo como ser jugador olímpico de algún deporte extravagante y por culpa de su accidente ya no podría vivir la vida y tendría que sufrir el resto de ella. Eso haría Helena, sufrir el resto de la vida pero aquel chaval parecía que no la sufría demasiado.

Así que ahora ella se sentía patética compadeciéndose del primer minusválido que se encontraba en la biblioteca, seguramente si no fuera por sus piernas sería un chico muy popular y divertido, igual era popular y divertido pero la verdad a Helena le costaba imaginarse a un paralítico en medio de una discoteca con alguna canción cutre de Lady Gaga o similar.
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Mensaje por Finlay Logan Mar Nov 08, 2011 8:12 am

Finlay mantuvo la sonrisa intacta mientras la chica tartamudeaba, como si no hubiera ningún problema. Se había encontrado de todo en la biblioteca, y, de hecho, había un hombre que solía tartamudear y cada día le contaba que iba a un logopeda para arreglarlo. Finlay solía sonreír y asentir ante todos los casos.

La voz de aquella muchacha sonó al principio oxidada, como si estuviera usando un tono que no era el usual. Era impresionante cómo en público, ante gente desconocida, se adoptaban voces distintas casi sin pensar. Sin embargo, la suave inflexión con la que había empezado la frase se perdió por completo cuando ella dijo "Necronomicón" sin problema alguno y de forma más clara imposible. Finlay reconocía que era una palabra exageradamente difícil de pronunciar para alguien con problemas de habla, y también reconoció que cayó como un yunque encima suyo, como una tonelada por letra, 12 toneladas de comprensión horrorizada y de "joder, que esta mujer me está pidiendo el Necronomicón".

Finlay tenía conciencia de tres ediciones de ese libro. La colección de dibujos de Giger, uno con relatos sobre los Antiguos, y por último, el que le había gustado de verdad: una especie de intento de acercarse a lo que Lovecraft había envisionado y convertido en leyenda, libro que había leído Finlay ávidamente en diversas ocasiones. Cuando alguien pide el Necronomicón o bien tiene interés certero en la obra de Abdul Alhazred, tragándose el hoax que el amigo Howard dejó tras de sí, o bien sólo busca algo interesante después de haber leído todo lo posible sobre gigantes criaturas que duermen bajo los océanos. En todo caso, alguien que pide el Necronomicón es alguien especial, ya sea una adolescente gótica, un loco perturbado o un profesor de universidad corroído por la curiosidad. O alguien realmente aburrido con la ficción literaria común.

La muchacha no era gótica ni parecía lo suficientemente mayor como para ser profesora de universidad, así que quedaban sólo dos opciones. Podía ser una loca perturbada. En ese caso, a Finlay le gustaría conocerla. Había leído muchas vidas de locos perturbados, y, aunque fueran peligrosos, eran personas decididamente interesantes. Finlay suspiraba por los emperadores romanos. Calígula nombró cónsul a su caballo. Nerón quemó Roma. Después de leer sus biografías, Finlay había considerado llamar Incitatus a alguna mascota y tratarla de modo exagerado. Quemar Oxford era otra cuestión.

Por otra parte, si la chica sólo estaba aburrida con la literatura pues bueno, podía quedarse con ello. Al menos pedía el Necronomicón, y tampoco estaría mal saber algo más sobre ella. Todo era usar la táctica del "oh, yo me lo he leído", que Finlay usaba con todo el mundo que, bien, se llevaba libros que él había leído.

- Ah, -Finlay rió por reír, una risa baja y corta que no servía ni para dar pie al resto de la frase- está muy bien. Tiene invocaciones y tal, y hasta manchitas falsas y cosas por el estilo. Está muy bien. -Repitió inútilmente, quedando como un completo gilipollas si ella se estaba refiriendo a otro Necronomicón- ...Porque quieres el de Abdul Alhazred, ¿verdad? Tengo un par más, pero de Necronomicón sólo tienen el título.

Abdul Alhazred no era el autor que figuraba en la edición que tenían. Era un compendio de diversos autores, pero la ilusión debía mantenerse, y si ella estaba pidiendo lo que él creía que estaba pidiendo, sabría a lo que se refería. Parecía una chica discreta, de esas personas que son más cautivadoras de lo que parecen, a veces por no poder permitirse ser ellas mismas. Se la imaginaba invocando a Cthulhu delante de un altarcito decorado con algas y escrituras en el idioma de los Ancianos. Qué guay, por favor.
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Mensaje por Helena Petrova Lemacks Mar Nov 08, 2011 11:31 am

Helena pensó que aquella persona se estaba burlando de ella. ¿Y esa manera de sonreírle mientras le pedía el libro? ¿Era normal en él sonreír así por qué si? Claro que era normal, tenía que ser amable frente al público y ella era su público que estaba ahí para hacerle una crítica y salir contenta con la actuación o cabreada hasta la médula espinal.

El chico estaba claro que iba a ganarse la buena crítica, Helena pocas veces pensaba en cosas así pero en su cerebro apareció la palabra “adorable” Era completamente adorable. Y de nuevo, se sintió estúpida, por que estar frente a una persona adorable la ponía nerviosa, mucho. Suspiró, por tercera vez en el día, y otra vez apartó la mirada de él para clavarla en el muñequito. La voz del chico era agradable, su risita por lo bajo, y mierda, odiaba todo aquello, especialmente el monólogo innecesario que soltó sobre el libro,

-………………….¿Eh?...Ah, si…el de Abdul…lo que sea-

Pero que adorabblllllllleeeeeeeeeeeeeeee que era, aunque estuviera en una silla de ruedas era adorable, ¿dónde estaban los chicos así en el mundo? Podrían ir todos en sillas de ruedas, la vida misma sería más fácil.

Pero claro, una vez que ella cogiera el libro ya no lo volvería a ver en su vida, eso a Helena la apenaba, no tenía la confianza ni las ganas suficientes para entablar una conversación aleatoria sobre el libro que parecía gustarle. El resto del mundo lo haría tranquilamente pero ella no, estaba ahí, tras sus gafas y sus labios fruncidos esperando nerviosa a que hiciera algo, cualquier cosa.

Cualquier cosa, ¿cómo coño iba a hacerlo? ¿y si el libro estaba en una estantería lejana? ¿iba a poder ir a buscarlo?

-………………………………….¿No necesitas ayuda?

Eso para ella fue lo máximo de amabilidad y posibilidades con el mundo que pudo ofrecerle, le había costado horrores soltar eso pero Helena por más loca perturbada que era solía ser amable con las personas que eran de su agrado, menos, las viejas con caniches gruñones.
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Mensaje por Finlay Logan Mar Nov 08, 2011 12:26 pm

A Finlay se le evaporó la sonrisa y la cara se le tornó completamente neutra, sólo con el ceño levemente fruncido en confusión. Oh no, esa tía no acababa de preguntar si necesitaba ayuda. Finlay comprendía que el espíritu altruista de otras personas los llevara a decir eso, pero no, gracias, no necesitaba ayuda para decirle dónde estaba su libro. De hecho, en el remoto caso de que no supiera dónde estaba su querido Necronomicón, podía mirárselo en el ordenador sin necesidad alguna de usar las piernas. Finlay prefería pensar que ella creía que se lo iría a buscar, aunque cuando se está en el mostrador es sólo para atender desde allí.

Podía imaginar eso y perdonarle todos los errores por ser guapa y pedir libros ficticios sobre criaturas mitológicas, muerte y destrucción. Finlay era demasiado permisivo con las personas que le habían dado una primera impresión buena y se negaba a ver más allá de ésta.

- No suelo necesitar ayuda para recitar algo que me sé de memoria. -Su sonrisa volvió, esta vez sutil y comprometida, aunque la frase le salió más tajante de lo que él quería.- Sección de ocultismo, pasillo D-6, junto a psicología. Está en el lado de tratados y estudios, no con las narraciones, entre las obras sobre el círculo de Lovecraft. -Introdució el nombre en el ordenador para acceder al único dato variable- No está prestado.

Y ahí acababa todo. Ella iba a por su libro, él se quedaba ahí anclado, y nunca sabría si le había preguntado si necesitaba ayuda por malicia, por instinto o qué. Por momentos se quedó mirando el escritorio, de una textura que llegaba a ser realmente interesante cuando no se tenía nada que mirar. Ella volvió a mirar a un punto fijo detrás de Finlay, y él giró la cabeza disimuladamente. Ah, el muñeco de nieve. Era horrendo, pero sobre todo gracioso. Lo había traído Georgia, otra funcionaria de la biblioteca, ávida aficionada a las cosas inútiles que colocar en el lugar de trabajo.

- Se llama Samuel L. Jackson. -Comentó despreocupadamente, sin saber muy bien por qué. Necesitaba decir algo tonto con lo que redimirse de la seca respuesta de antes.

En efecto, el nombre del muñeco era Samuel L. Jackson. Sólo lo sabía Finlay, porque había sido él quien lo había bautizado después de ver Pulp Fiction mientras cenaba el día anterior, exactamente por la escena de "English, motherfucker, do you speak it?!". Cuando alguien estaba siendo realmente idiota, miraba el muñeco y se acordaba de la escena, y era gracioso.
Era una enorme estupidez, pero el hecho de que Samuel L. Jackson (el muñeco) tuviera un nombre propio lo reconfortaba.

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Mensaje por Helena Petrova Lemacks Mar Nov 08, 2011 12:44 pm

Aquello había sido el peor comentario que Helena hubiera hecho nunca. Se ruborizó tremendamente, los nervios volvieron y escondió como pudo su cara entre las telas de su abrigo. QUE vergüenza, era una estúpida, claro que no iba a ir a buscarle el libro era ridículo. Otra vez su profesora de parvulario la miraba desde arriba echándole la bronca por haber sido tan tremendamente malducada- Lo siento –Dijo muy, muy, muy bajito, seguramente él no la escuchó pero que más daba…nunca nadie la escuchaba y el recepcionista no iba a ser menos.

Su querido libro estaba disponible, por una ventana, Helena se dio cuenta que había empezado a llover. ¿Qué hora era? Las 6 menos cuarto.

“Se llama Samuel L. Jackson”

¿Qué?

¿El muñeco de nieve tenía nombre? Un nombre que le sonaba terriblemente. Ah claro, una escena de Pulp Fiction le vino a la cabeza, ese era el actor del negro de la peli. Era el mejor negro que Helena recordara nunca, empezando a recitar aquel trozo de la Biblia, “El camino del hombre recto está por todos lados rodeado por las injusticias de los egoístas y la tiranía de los hombres malos. Bendito sea aquel pastor que, en nombre de la caridad y de la buena voluntad, saque a los débiles del Valle de la Oscuridad. Porque es el autentico guardián de su hermano y el descubridor de los niños perdidos.” Se la sabía de memoria porque realmente había dado en el clavo con aquello, pero era obvio que no iba a ponerse a recitársela al recepcionista sin piernas, más después de haberle soltado el “necesitas ayuda”. Que tontería, seguramente todo el día alguien le ofrecía ayuda, debería de estar cansado de tanta amabilidad y ella no fue lo suficientemente rápida como para pensarse lo que soltaba tres veces mejor.

En cualquier caso que el muñeco de nieve se llamara Samuel L. Jackson era patético, ¿quién en su sano juicio pondría el nombre del actor a aquel pedazo de plástico cutre? Helena miró al muñeco, ella lo hubiera llamado yo que sé “Santa Claus” alguna tontería navideña que tenga un por qué del nombre, no Samuel L. Jackson, Samuel L. Jackson era negro, no blanco, Michael Jackson le hubiera quedado mejor y todo.

Entre todos aquellos pensamientos que aparecieron en su cabeza, más, la situación en la que la había metido el rubio, Helena no supo que contestar, ¿qué tenía que decir? ¿qué se tenía qué decir sobre eso? Su profesora de parvulario nunca le enseñó como comportarse cuando te presentaban a un muñeco de nieve, si tuviera un año menos, seguramente se hubiera puesto a llorar ahí mismo desesperada.

-Ah…….. –El chico la estaba mirando, ella se había puesto nerviosa de nuevo y se sentía estúpida- ….pero es blanco, y Samuel L. Jackson es negro….. –OKAY SI.

ERA

E

S

T

U

P

I

D

A
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Mensaje por Finlay Logan Mar Nov 08, 2011 3:26 pm

Se había metido en un berenjenal enorme. En un berenjenal de doce hectáreas, lleno de vergüenza y deshonra. Menuda idiotez más gorda, decirle lo de Samuel L. Jackson (sí, siempre, siempre, usaba su nombre completo). Eso era algo entre el muñeco y él, y no tendría por qué habérselo dicho a la chica, pero tenía que romper la mala leche imperante en el asunto. Era la peor cosa que había dicho nunca en público y no pararía de darse contra la pared internamente, por los siglos de los siglos. Se sentía como un niño de 7 años que piensa que sus juguetes tienen vida o algo, y les pone nombres para suplir su falta de identidad y que no se vuelvan contra él. Eso le pasaba de pequeño y siempre se receló de todos los objetos con cara. Todos. Los. Objetos. Con. Cara. Todos. Trataba a todos sus muñecos por igual para que no se sintieran marginados. Era estresante.
Samuel L. Jackson era el residuo de esa infancia angustiosa.

Hasta la chica se había puesto a hablar de Samuel L. Jackson sin mostrar signos de ir a por el Necronomicón. La verdad era que Finlay tampoco quería que se fuera, porque, aunque la hubiera cagado estrepitosamente con lo de la ayuda, ya empezaba a perdonarla. Se olvidaba fácilmente de las cosas y concedía demasiados beneficios de la duda, sí, pero de verdad creía que la gente no tenía tan mal ánimo como pasaba en realidad.

- Bueno, sí... ésa era la idea, supongo... ¡Ironía...!

Exclamó lo último por lo bajo, mirando hacia otro lado y haciendo un gesto con las manos, como presentando esa gran cualidad de la que él tenía más bien poca idea. Finlay era la persona menos irónica que conocía. Y él no consideraba conocerse a sí mismo. Mejor dejaba el tema.

- Uh. -Finlay se aclaró la garganta.- Corramos un tupido velo entre nosotros y Samuel L. Jackson. Tu libro. Ocultismo, D-6, estudios, círculo lovecraftiano. Dicen que te vuelves loco y te suicidas cuando lo lees. -Puntualizó la frase con una nerviosa y solitaria risa, un "heh" tímido. Finlay no se había suicidado aún, pero esa chica tenía todas las posibilidades si él seguía diciéndole sandeces.
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Mensaje por Helena Petrova Lemacks Mar Nov 08, 2011 4:08 pm

¿Ironía? Bueno, a ella en su momento le sonó de todo menos ironía, era estúpido, todo aquello era estúpido y nunca había hecho el ridículo de una manera tan atroz. Las manos le empezaban a sudar y aunque estuviera dentro de la biblioteca con la calefacción a tope se puso los guantes que llevaba guardados en el bolsillo. Menos mal que aquel día no había mucha gente con las intenciones de hacer cola tras ella para hablar con el extraño recepcionista. El chico era raro, raro de cojones, raro, raro, raro, raro.

Harta de tener la visión oscurecida, se quitó las gafas y se las guardó. Ahora que podía ver todo con colores en HD podía apreciar el color pastel que irradiaba el chico sin patas (le encantaba hacer referencias mentales a su discapacidad) Era una de las pocas veces que Helena entablaba conversación con un desconocido, pero la verdad, ya era hora, ¿no? O igualmente quería que se fuera de ahí. Seguramente el recepcionista estaba cansado de ver a una mujer tan fea y amarga como lo era ella, aunque lo del libro fue un puntazo, por los comentarios tan aleatorios que soltaba dio hincapié a Helena en asegurarse mentalmente que al discapacitado le gustaban las cosas sobre esoterismo.

Además uno tenía amigos feos, ella tenía una amiga gorda y fea que era odiosa pero era su amiga.

…Bueno, no era su amiga.

Pero uno siempre ha pasado por la experiencia de tener un amigo feo y ella era aquel caso.

El comentario de “corramos un tupido velo entre nosotros dos” la hizo sonrojar. Porque con un comentario como aquel Helena se sentía levemente especial. Utilizó la palabra “nosotros” y en eso entraban ella y él y nadie más. Nadie era una nada absoluta, en el mundo solo estaban ellos dos y era un “nosotros” bastante privado y que casi llegaba al límite de lo grotesco. Acababan de conocerse, o no, realmente no se conocían porque ella no sabía su nombre. Ahora que lo pensaba aún no había sonreído, realmente no sonreía nunca con nada, pero podía intentar ser amable con alguien y mostrar una sonrisa de esa forma en la que sus labios se curvan atrozmente.

¿Cómo podía un humano ser tan adorable? Ella no recordaba a personas así en su vida, casi siempre, la gente del autobús o del metro eran rostros deformados y horribles. A Helena no le gustaba mirarle la cara a la gente, mirar un rostro desconocido era un ejercicio que requería mucha concentración y trabajo, especialmente uno que no era bonito, te quedas mirándolo fijamente pensando “pobre ser de la tierra que lo parieron con una cara tan horrible”

No solamente la gente era fea, todos estaban enfermos, son muy pocos los rostros que te transmiten calma de la forma más pura y bondadosa, contados, casi todos son siniestros y dan miedo, quien sabe qué pueden hacerte o como pueden aprovecharse de uno.

Esa era una de las cosas a las que Helena tenía tanto miedo. Era gracioso, estaba por leerse un libro que era relativamente terrorífico cuando ella no podía escuchar el canto de un pájaro por la mañana, a veces necesitaba pasar por experiencias como esas.

Así que después de todo aquel meollo mental que dejó un silencio de unos 10 segundos entre el recepcionista que parecía un poco nervioso y entre ella. Helena se dio la oportunidad de sonreír apenas un poquito, una de esas sonrisas tímidas que por más que no quieres te salen solas.

-Um… Haha…ya, entonces probaré a ver si me suicido esta misma noche… -La conversación en sí tampoco iba para mucho más, la ponía nerviosa que la mirara directamente a la cara, tenía ganas de tapársela con algo, y eso, más los nervios de no saber que decir y sentirse como el ser más patético de la tierra, Helena se dio cuenta que… - Voy…voy a por el libro………………………………………..-Se mordió el labio- …………………¿En qué pasillo estaba? He mirado a Samuel L. Jackson a los ojos y hasta olvidé mi nombre…-

No podía ser tan imbécil.
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Necronomicón (Finlay) Empty Re: Necronomicón (Finlay)

Mensaje por Finlay Logan Dom Nov 20, 2011 11:39 am

Finlay, sin saberlo, dio pie a un incómodo silencio que se alargó doce días entre respuesta y respuesta. Un silencio que, a su vez, acunó una metanarrativa egoísta y totalmente superflua. Un silencio en el que nadie sabía qué decir, en el que Finlay, desastroso y ficticio, fue perdido y olvidado y arrastrado hacia una espiral, el mar se tragaba su barco y Samuel L. Jackson reía en el cielo con su voz de negrata cabreado. Cronistas y poetas se tapaban los oídos y las puntas de sus dedos sangraban, la piel de sus yemas pegadas al teclado mohoso, y gritaban pidiendo clemencia a quien les arrancaba las metáforas de sus gargantas. El autor hundía la cabeza en sus brazos, preguntándose qué hizo mal. La biblioteca de Oxford se desmoronaba encima suyo con todo el peso de su imaginación, y Finlay se desdibujaba en una mente acribillada por las drogas. El autor sacó una metáfora sangrienta de dentro de su saco, la rompió por la mitad, insertó su trágica narrativa entre los dos trozos y leyó, con un orgullo amargo, "metanarrativáfora". Ese estúpido parágrafo metanarrativo era a su vez una metáfora, un símil delicado entre el caos que se acaba de describir y la terrible confusión que sufrió Finlay en esos doce segundos que pasaron antes de poder contestarle a la muchacha.

La gente normal diría simplemente que Finlay se había quedado empanado, y nadie usaría estúpidas formas retóricas para tan insulso apunte. La gente normal, por esa razón, no tendría que retomar el hilo narrativo por los pelos, porque nunca lo habría perdido.

El caso es que Finlay salió de su absorta contemplación del mundo, en la que por un instante había sido uno con el universo. Se le había hecho muy largo aquel instante, pero lo importante es que había acabado. Lo comprendió, porque en las bibliotecas el tiempo pasaba de otra manera. Pasaba lento y sin ser visto, de la misma manera en la que las lágrimas se secaban sobre poemas románticos. Doce segundos, doce días. Qué importaba. La chica se estaba quedando ahí delante demasiado tiempo, y la carne es débil. Finlay se preguntó si ella lo estaba alargando todo adrede. Quizás es sólo que ahora estaban atados en una tonta e incómoda situación, una situación que podían llamar equivocadamente la excusa perfecta para el amor. Pero eso sería demasiado egocentrista de parte de un escritor cansado, y la situación se mantendría así, letárgica e irrelevante.

Finlay rió ante lo del suicidio, aunque no sabía si en realidad tenía que reír, porque la chica parecía ser de las que cumplían sus amenazas. Si se suicidaba, Finlay se sentiría muy mal al día siguiente. Y seguramente el resto de su vida. Pero lo hecho, hecho está. Finlay se había reído, y si esa risa era más tarde causa del suicidio de la señorita, pues era lo que tocaba, y su corazón sería devorado por ese horrible monstruo que se describe en el Libro de los Muertos del antiguo Egipto.

- Pasillo D-6... -Repitió Finlay, ignorando la mención de Samuel L. Jackson. Por alguna extraña razón ya no le parecía tan adorable. La verdad es que la razón no era tan extraña, era porque el autor ha mencionado a esa diabólica figurita en el parágrafo metanarrativo y, por supuesto, la metanarrativa afecta a los personajes.

Finlay tamborileó los dedos sobre el escritorio, algo inquieto.

- No te suicides, por favor. - Sonrisa nerviosa de nuevo, mirada clavada en un punto fijo más allá de la chica. Había sonado como si lo dijera en broma. Finlay estaba teniendo la peor de las malas rachas en cuanto a hablar con la gente.
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Mensaje por Helena Petrova Lemacks Miér Ene 25, 2012 11:38 am

-Gracias-
Con ese “gracias” Helena cortó la cinta que tan arduamente los estaba atando a ella y a él. Se dio la vuelta pensando seriamente en que ya era hora de ir a por el maldito libro, no sabía por qué le tenía que pasar ese tipo de cosas a ella con la gente. No es que el chavalín fuera especial ni nada parecido, simplemente se había quedado como tonta hablando con él y pensando en Samuel L. Jackson, que la miraba con una sonrisa de plástico desde la estantería.
Se giró, dispuesta a irse cuando escuchó un “no te suicides por favor”. Helena solo pensó en que tipo de humor tenía el chico de la silla de ruedas, negro seguro que no. Es más, ¿tendría humor negro? Sería gracioso verlo en una situación en la que él hace bromas sobre la gente que no tiene piernas cuando él es el desgraciado. Lo volvió a mirar unos segundos con una ceja levantada y luego se fue al maldito pasillo.
Menos mal que ya no lo tenía delante de ella, en menos de 10 minutos encontró “El Necronomicón”. Abrió el libro, y justamente era lo que había estado buscando desde por la mañana, era lo que había estado buscando desde que encendió el primer cigarro del día.
Ahora era cuando cogía el libro y se iba a su casa de una vez por todas, y ese era el momento de no volver a ver nunca más al chico sin piernas. Así que, Helena siempre hacía lo mismo cuando se fijaba en alguien raro y guapete cuya personalidad no aceptaba que le gustaba. Irse a una esquina sin que nadie pudiera verla y mirarlo desde ahí. Estaba atendiendo a una persona, daba igual, la cosa es que estaba ahí haciendo su trabajo como un funcionario público tiene que hacerlo. A Helena le gustaría tener una personalidad más atractiva y menos introvertida de la que tenía, su madre siempre le dijo que eso se cambiaba con los años y la madurez que otorga la edad, pero, ella nunca estuvo realmente muy segura de que era exactamente a lo que se refería su madre. Lo que si sabía era que, es bonito quedarse mirando el rostro de una persona bonita.
No iba a pasarse el resto del día ahí escondida mirándolo, además que había un niño pequeño parado a su lado observándola de una manera bastante extraña. Niño de mierda, Helena ODIA a los niños pequeños.
-Que, que miras-
-¿Te gusta ese chico en silla de ruedas?-
-Como va a gustarme alguien sin piernas seguro que folla para el culo-
-Que mala eres-
-Lo sé-
Helena le sacó la lengua y menos mal que su madre fue a llevárselo de ahí o lo mataba.
Iba a irse de la biblioteca, iba a irse de ahí de una vez por todas. Pero antes de nuevo sus piernas terminaron en frente del mostrador.
-…………………………………………………………………….-
Ah que patético e incómodo era, iba a decirle algo pero al final se calló y se fue de ahí. Claro que, la situación vergonzosa fue a mayores extremos porque se chocó con un señor bastante mayor que empezó a decirle lo torpe que era. Su culo estaba adolorido y pegado al suelo, seguro que le salía de ahí un gran morado.
Helena Petrova Lemacks
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