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Bienvenida al paraíso blanco {Evoleth}
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Bienvenida al paraíso blanco {Evoleth}
La fiesta blanca. ¿Qué demonios era éso? Yo había sido invitado, todos los modelos de mi agencia habían sido invitados. Una invitación de cartón bordado, de un tono hueso, con las letras en oro y en relieve. Muy elegante. Y luego resultaba ser sólo una fiesta donde los jóvenes se rozaban sin cesar.
Era algo deprimente. No había más que niñatas deseosas de un poco de sexo. Y aunque éso me encantaba, odiaba que las muchachas de ahora fuesen tan sueltas. No tenía encanto, ni magia, ni nada. Simplemente decías que querías hacerlo y lo hacías. Eso no era un reto, ni era nada, y yo odiaba una vida sin retos.
Cuando entré en el amplio recinto, me limité a caminar por el sitio con las manos metidas en los pantalones de traje, blancos como todos los que estaban ahí. Mi atuendo era un simple traje compuesto por un pantalón blanco, una chaqueta blanca y una camisa interior azul, rompiendo con la monótona gama de colores. En la entrada me abroché la chaqueta al máximo, y cubrí cada color azul de mi blusa, así que el de seguridad simplemente me miró, y me dejó pasar. Y ahora, una vez dentro, pedí un whisky doble, me llevé el vaso a los jardines del recinto y me busqué un sitio agradable en el que poder fumarme un cigarro, tomarme el whisky, y dejar que la noche pasara. Odiaba estos momentos de protocolo, tenía que sonreír, y pararme cada vez que me pedían una foto. Esa noche ya llevaba cinco fotos con cinco celebridades distintas, y después estaban las chicas corrientes, esas niñas que te veían y querían una foto contigo porque te habían visto en noséqué revista, y cuando querías darte cuenta te daban su móvil para que las llamaras. El bolsillo izquierdo de mi pantalón estaba relleno de papelitos con números de teléfono a los que no iba a llamar.
Caminé por entre los matorrales, intentando sortear esas parejas que consumaban su amor entre las macetas de los jardines. Fui a las zonas más iluminadas, y encontré una baranda a la que poder subirme, de piedra, la cual crecía entorno a unas escaleras que bajaban a un laberinto oscuro y siniestro. La noche era calurosa, así que, lejos de las vistas curiosas, me quité la chaqueta y dejé a la vista mi blusa azul marina. Me saqué de la pitillera un cigarro, me lo prendí mientras meneaba el vaso de whisky, y le di un trago mientras sujetaba el cigarro recién encendido en mi mano libre, observando la bóveda celeste, oscura, repleta de diminutas y lejanas estrellas. Esa noche, no había luna.
Era algo deprimente. No había más que niñatas deseosas de un poco de sexo. Y aunque éso me encantaba, odiaba que las muchachas de ahora fuesen tan sueltas. No tenía encanto, ni magia, ni nada. Simplemente decías que querías hacerlo y lo hacías. Eso no era un reto, ni era nada, y yo odiaba una vida sin retos.
Cuando entré en el amplio recinto, me limité a caminar por el sitio con las manos metidas en los pantalones de traje, blancos como todos los que estaban ahí. Mi atuendo era un simple traje compuesto por un pantalón blanco, una chaqueta blanca y una camisa interior azul, rompiendo con la monótona gama de colores. En la entrada me abroché la chaqueta al máximo, y cubrí cada color azul de mi blusa, así que el de seguridad simplemente me miró, y me dejó pasar. Y ahora, una vez dentro, pedí un whisky doble, me llevé el vaso a los jardines del recinto y me busqué un sitio agradable en el que poder fumarme un cigarro, tomarme el whisky, y dejar que la noche pasara. Odiaba estos momentos de protocolo, tenía que sonreír, y pararme cada vez que me pedían una foto. Esa noche ya llevaba cinco fotos con cinco celebridades distintas, y después estaban las chicas corrientes, esas niñas que te veían y querían una foto contigo porque te habían visto en noséqué revista, y cuando querías darte cuenta te daban su móvil para que las llamaras. El bolsillo izquierdo de mi pantalón estaba relleno de papelitos con números de teléfono a los que no iba a llamar.
Caminé por entre los matorrales, intentando sortear esas parejas que consumaban su amor entre las macetas de los jardines. Fui a las zonas más iluminadas, y encontré una baranda a la que poder subirme, de piedra, la cual crecía entorno a unas escaleras que bajaban a un laberinto oscuro y siniestro. La noche era calurosa, así que, lejos de las vistas curiosas, me quité la chaqueta y dejé a la vista mi blusa azul marina. Me saqué de la pitillera un cigarro, me lo prendí mientras meneaba el vaso de whisky, y le di un trago mientras sujetaba el cigarro recién encendido en mi mano libre, observando la bóveda celeste, oscura, repleta de diminutas y lejanas estrellas. Esa noche, no había luna.
Invitado- Invitado
Re: Bienvenida al paraíso blanco {Evoleth}
Una diminuta figura rubia se escabuía entre los árboles de los jardines, luciendo un vestido blanco, lo cual dadas las circunstancias no era extraño. Aunque su vestido sí que era diferente a algunos que había visto; ella iba menos veraniega, ya que el vestido era de cóctel y se ceñía por completo a su cuerpo, haciendo si era posible que su piel pareciera más blanca de lo que en realidad era.
Como de costumbre, llevaba el pelo suelto, pero esta vez en bucles perfectamente desordenados, aunque no lo pareciera, claro está. Más bien parecía que se había peinado con los dedos y adiós muy buenas, pero no; ella lo llevaba todo estudiado: el vestido blanco, los zapatos color crema y el pelo deshecho.
La verdad era que no sabía muy bien por qué estaba allí, podría estar en su casa organizando algo mucho mejor, claro está; o quizá practicando algo de baile para cuando reabriera la escuela... Debería de trabajar más duro y dedicarse menos a ir a protocolos de esta clase. Que vale que su madre le mandaba dinero si quería, pero tampoco era cuestión de explotarla. Si había ido hasta allí abandonando París era porque quería comenzar una vida diferente, y no estar dependiendo de su colchón económico familiar.
Suspiró dejando que los pensamientos fluyeran lentamente alejándose de ella; ya que estaba allí debería de divertirse un rato, ¿no? Pestañeó un par de veces para convencerse de aquello y se alisó el vestido -gesto que últimamente hacía muy amenudo-. Levantó la vista y divisó de lejos a una figura ligeramente conocida; así que decidió acercarse.
Comenzó a caminar bamboleando las caderas al ritmo de una melodía imaginaria, guardando el compás con ésta perfectamente, como siempre hacía. La verdad era que así llamaba bastante la atención, lo malo era que adoraba éso. Llamar la atención. Si ella no era el centro del cotarro, no le gustaba; por eso a veces tendía a huir de fiestas como esa, buscando un sitio con menos gente para poder ser atendida como era debido.
Al final acabó reconociendo al chico antes de llegar a su lado, lo cual era un logro estando de noche y con su gran visión. Se dejó caer, por no decir que se tiró, al lado del chaval y suspiró. Todo esto, claro está, sin perder un ápice de la decencia y elegancia que la caracterizaba; que cualquiera podría estar viéndoles, y una señorita era siempre una buena dama.
—Bonsoir, chère coeur.—saludó educada. Sí, quizá no era muy educado saludar en francés, pero bueno, a ella se le perdonaba todo, claro está, porque Evoleth era perfecta; o al menos eso creía, otra cosa era la realidad.
Volvió a suspirar, si su abuela la viera diría que estaba enamorada; parece que su abuela no sabía lo que era llevar tacones toda una noche, y se reclinó, apoyándose en la baranda de una manera más femenina, menos barriobajera y mucho, mucho más elegante. La elegancia primaba en esos momentos, aunque bien es verdad que conociendo a la rubia la elegancia primaba en cualquier momento del día.
Como de costumbre, llevaba el pelo suelto, pero esta vez en bucles perfectamente desordenados, aunque no lo pareciera, claro está. Más bien parecía que se había peinado con los dedos y adiós muy buenas, pero no; ella lo llevaba todo estudiado: el vestido blanco, los zapatos color crema y el pelo deshecho.
La verdad era que no sabía muy bien por qué estaba allí, podría estar en su casa organizando algo mucho mejor, claro está; o quizá practicando algo de baile para cuando reabriera la escuela... Debería de trabajar más duro y dedicarse menos a ir a protocolos de esta clase. Que vale que su madre le mandaba dinero si quería, pero tampoco era cuestión de explotarla. Si había ido hasta allí abandonando París era porque quería comenzar una vida diferente, y no estar dependiendo de su colchón económico familiar.
Suspiró dejando que los pensamientos fluyeran lentamente alejándose de ella; ya que estaba allí debería de divertirse un rato, ¿no? Pestañeó un par de veces para convencerse de aquello y se alisó el vestido -gesto que últimamente hacía muy amenudo-. Levantó la vista y divisó de lejos a una figura ligeramente conocida; así que decidió acercarse.
Comenzó a caminar bamboleando las caderas al ritmo de una melodía imaginaria, guardando el compás con ésta perfectamente, como siempre hacía. La verdad era que así llamaba bastante la atención, lo malo era que adoraba éso. Llamar la atención. Si ella no era el centro del cotarro, no le gustaba; por eso a veces tendía a huir de fiestas como esa, buscando un sitio con menos gente para poder ser atendida como era debido.
Al final acabó reconociendo al chico antes de llegar a su lado, lo cual era un logro estando de noche y con su gran visión. Se dejó caer, por no decir que se tiró, al lado del chaval y suspiró. Todo esto, claro está, sin perder un ápice de la decencia y elegancia que la caracterizaba; que cualquiera podría estar viéndoles, y una señorita era siempre una buena dama.
—Bonsoir, chère coeur.—saludó educada. Sí, quizá no era muy educado saludar en francés, pero bueno, a ella se le perdonaba todo, claro está, porque Evoleth era perfecta; o al menos eso creía, otra cosa era la realidad.
Volvió a suspirar, si su abuela la viera diría que estaba enamorada; parece que su abuela no sabía lo que era llevar tacones toda una noche, y se reclinó, apoyándose en la baranda de una manera más femenina, menos barriobajera y mucho, mucho más elegante. La elegancia primaba en esos momentos, aunque bien es verdad que conociendo a la rubia la elegancia primaba en cualquier momento del día.
Evoleth V. Lafayette- Mensajes : 55
Fecha de inscripción : 08/06/2011
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