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Llego tarde, llego tarde {Amber F. Climment}
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Llego tarde, llego tarde {Amber F. Climment}
Ginger caminaba con rapidez por el campus sin hacer demasiado caso a lo que había a su alrededor, cosa que le sucedía cuando tenía una imagen en su cabeza de a dónde quería ir. No llegaba tarde, ¿verdad que no llegaba tarde? No podía llegar tarde porque ella era puntual y además Avarice podría estrangularla si la hacía esperar demasiado. Saludó con la mano a una chica a la que conocía de vista mientras se dirigía hacia la zona del lago. El tiempo no había jugado a su favor. Más que el tiempo, su profesor de última hora que había apurado hasta el último instante e incluso se había pasado diez minutos del tiempo. No es que le molestaba, pero la verdad es que había cronometrado lo que tenía que hacer hasta el último instante para poder llegar a una hora prudencial.
— Ahora no puedo hablar, Meli, lo siento, nos vemos más tarde ¿vale?—comentó a la carrera cuando una chica rubia se acercó a ella.
Era una de sus compañeras de Literatura infantil I, una de sus favoritas. Siempre le habían gustado los cuentos y los entresijos que había detrás, las enseñanzas, la forma en la que las mentes infantiles se acercaban a ellas y lo entendían, las moralejas, los sentidos, todo. Meli era una chica que le caía bien a la pelirroja —¿Quién le caía mal a Ginger? —, pero sabía que cuando se ponía a hablar podía pasarse horas y horas. No era mala chica, de verdad, pero le encantaba escucharse y en ese momento tenía demasiada prisa.
Avarice la iba a hacer trocitos muy pequeñitos y después los pisaría con los zapatos de tacón que siempre llevaba. Ginger arrugó la nariz por un momento mientras metía las manos en el bolsillo del abrigo buscando un teléfono que no estaba allí, seguramente se encontraría en el interior de la bandolera que llevaba cruzada al pecho. El problema de aquello era fácil: si se detenía para buscarlo llegaría más tarde todavía, si no lo hacía terminaría con todo por el suelo fijo, fijisimo, como que se llamaba Ginger Rowe y podía ser una persona bastante patosa cuando estaba nerviosa.
Y en ese momento lo estaba.
Cuando llegó a la altura del lago buscó a Amber con la mirada, localizándola finalmente ya cercándose a ella mientras ponía cara de circunstancias, además de compungida. No sabía muy bien cuánto tiempo le había hecho esperar —seguramente menos de cinco minutos—, pero para alguien tan condenadamente organizado como la pelirroja que tendía a ser ella la que esperaba a todo el mundo, era una falta grave de puntualidad. Se detuvo delante de la chica de pelo corto y la miró con cara de circunstancias.
— Perdón, perdón, perdón, ya sé que llego tarde pero me han retenido en contra de mi voluntad en clase de Literatura francesa.
— Ahora no puedo hablar, Meli, lo siento, nos vemos más tarde ¿vale?—comentó a la carrera cuando una chica rubia se acercó a ella.
Era una de sus compañeras de Literatura infantil I, una de sus favoritas. Siempre le habían gustado los cuentos y los entresijos que había detrás, las enseñanzas, la forma en la que las mentes infantiles se acercaban a ellas y lo entendían, las moralejas, los sentidos, todo. Meli era una chica que le caía bien a la pelirroja —¿Quién le caía mal a Ginger? —, pero sabía que cuando se ponía a hablar podía pasarse horas y horas. No era mala chica, de verdad, pero le encantaba escucharse y en ese momento tenía demasiada prisa.
Avarice la iba a hacer trocitos muy pequeñitos y después los pisaría con los zapatos de tacón que siempre llevaba. Ginger arrugó la nariz por un momento mientras metía las manos en el bolsillo del abrigo buscando un teléfono que no estaba allí, seguramente se encontraría en el interior de la bandolera que llevaba cruzada al pecho. El problema de aquello era fácil: si se detenía para buscarlo llegaría más tarde todavía, si no lo hacía terminaría con todo por el suelo fijo, fijisimo, como que se llamaba Ginger Rowe y podía ser una persona bastante patosa cuando estaba nerviosa.
Y en ese momento lo estaba.
Cuando llegó a la altura del lago buscó a Amber con la mirada, localizándola finalmente ya cercándose a ella mientras ponía cara de circunstancias, además de compungida. No sabía muy bien cuánto tiempo le había hecho esperar —seguramente menos de cinco minutos—, pero para alguien tan condenadamente organizado como la pelirroja que tendía a ser ella la que esperaba a todo el mundo, era una falta grave de puntualidad. Se detuvo delante de la chica de pelo corto y la miró con cara de circunstancias.
— Perdón, perdón, perdón, ya sé que llego tarde pero me han retenido en contra de mi voluntad en clase de Literatura francesa.
Ginger Rowe- Mensajes : 117
Fecha de inscripción : 31/07/2011
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